En Europa, no es raro ver a entrenadores vistiendo trajes formales en el área técnica. Siempre me acuerdo de los chalecos de Gareth Southgate, DT de Inglaterra, y cómo se convirtieron en un fenómeno de ventas en el Mundial de Rusia 2018. En este contexto, el estilo de Segundo Castillo con Barcelona SC no debería sorprender. Sin embargo, en Sudamérica, donde predominan las sudaderas y los atuendos más relajados, su decisión de aparecer con trajes llamativos ha sido suficiente para acaparar titulares, generar conversación y hasta convertirse en contenido para marcas en redes sociales en Ecuador.
El impacto positivo es innegable. Castillo proyecta confianza y seguridad, atributos clave para un líder. Su vestimenta refuerza su imagen de autoridad y genera un efecto psicológico en sus jugadores, que ven en su entrenador una figura firme y estratégica. Además, la notoriedad mediática lograda le otorga una identidad diferenciadora dentro del fútbol ecuatoriano y lo posiciona ante una audiencia más amplia a nivel internacional.
Pero esta estrategia también conlleva riesgos. Si el equipo gana, el free press es positivo, pero si pierde, su imagen podría convertirse en un meme viral, con titulares burlándose de su atuendo en lugar de su gestión táctica. Además, el factor sorpresa se agota: si en este partido lució así, ¿qué hará en el siguiente para mantener la atención? Convertir el vestuario en parte del espectáculo puede ser un arma de doble filo. En el fútbol, donde la línea entre la admiración y la burla es delgada, la imagen personal debe ir siempre respaldada por resultados. Al final del día, lo que realmente define a un DT no es el traje, sino las victorias.