La muerte del Papa Francisco el 21 de abril de 2025 marca el cierre de un liderazgo que trascendió lo religioso y dejó lecciones profundas para quienes hoy toman decisiones en el mundo empresarial. A sus 88 años, demostró que la edad no es un obstáculo para innovar. Acercó la Iglesia al mundo digital, impulsó su presencia en redes sociales y promovió una comunicación más directa, validando que incluso las instituciones más antiguas deben adaptarse si quieren seguir siendo relevantes.
Pero su influencia no se limitó a la tecnología. Francisco practicó un liderazgo poco frecuente en tiempos de urgencia y ruido. Ejerció un liderazgo sereno, reflexivo y profundamente humano. No reaccionaba impulsivamente ante las críticas ni buscaba la aprobación inmediata. Escuchaba, analizaba y decidía con firmeza. Esa capacidad de mantenerse centrado, incluso ante la presión, es una virtud esencial en cualquier líder actual.
También promovió el diálogo entre culturas, religiones e ideologías, recordando que la cooperación es más estratégica que el conflicto. En un entorno empresarial global y polarizado, esta visión colaborativa está más vigente que nunca.
Francisco no lideró desde el pedestal, sino desde la empatía. Su legado nos hace reflexionar que liderar no es imponer sino influir con propósito. Es entender que en el liderazgo moderno, la tecnología y la humanidad no compiten, se potencian.